Por Nadia Sotelo
El día 17 de Diciembre de 2016 salgo de mi casa a las ocho de la noche, me tomo el subte de la línea H y la combino con la A en compañía de mi hermana. Camino y llego a la sala La Clac con el objetivo de presenciar la última función de “Amorina”. Al principio dudo de la dirección del teatro, pero inmediatamente me doy cuenta donde queda y me dispongo a ingresar; me presento en boletería, digo mi nombre y me asignan dos entradas para que también pueda verla mi acompañante. A medida que avanzo en la caminata observo mesas y gente sentada en las sillas, ya que el teatro cuenta con un restaurant/ bar en el cual los espectadores de la función pueden tomar algo antes de que comience la misma.
Me siento en una de las sillas, el mozo me pregunta si quiero algo para tomar y amablemente le digo que no. Pero sentarme no me dura mucho, debido a que empiezo a observar fotos y recuerdos pegados en la pared que me animan a parar. De repente veo discos de vinilo pegados con las imágenes de José “Pepitito” Marrone y de la serie de “Anteojito” creada por el gran dibujante Manuel García Ferré. Agarro mi celular y saco muchas fotos, luego me siento nuevamente. Pregunto a uno de los organizadores si nos avisan cuando empieza la función y me afirma que sí, a las 9 y 10 vuelvo a preguntar y me dice “ya casi empieza”, muchas personas al verme preguntar comienzan a hacer lo mismo y me siento otra vez a la espera de la función.
A las 9 y 15 dan sala para bajar, ya que la función se realiza en el subsuelo y el organizador me dice: “viste, ya empieza”, ambos nos reímos, espero no haber quedado como una molesta. Bajo las escaleras y me ubico en la fila dos, quería estar lo más cerca posible y por suerte se me dio. La función empieza con el gran tango “llamarada pasional” cantado por la genial Laura “Tita” Merello, que se oye como introducción al comienzo de la obra, a oscuras. Esta canción nos ambienta y nos retrotrae a otras épocas, aquellas de los años 60 en donde el teatro tenía una tradición cultural de apostar a él. Además la obra fue escrita en el 58 y nos introduce en la magia de esos años, hoy día en el año 2016. Ya casi no hay costumbre teatral y de a poco se van perdiendo las genialidades teatrales de antes.
A medida que transcurre la obra se pueden percibir muchas sensaciones, que nos llevan de la risa al llanto. Es difícil despegarse de la obra debido a la calidad de los actores y a la trama que cada vez se hace más interesante, como únicas distracciones encuentro un celular que suena incesantemente en la primera fila, que pertenece a un espectador y gente apantallándose por calor. A la vez que me hace acordar a aquellas obras teatrales de los libros, con sus silencios. En este caso hubo tres “apagones”, tiempo para pasar a la siguiente escena. Al finalizar la primera parte todos los espectadores “ríen”, porque es tal la maravilla de situaciones que ocurren y actores tan buenos, que es imposible no tentarse. En el transcurso de la segunda escena “todos lloran”, yo casi, pero me tuve que contener. Porque ver a Mary Bustos, una actriz de verdadero nivel, que no necesita de gotitas mágicas para llorar, que siente su actuación, que la vive, que en definitiva se merece el título de actriz, es imposible no dejarse atrapar por su actuación.
Con la Señora Bustos me sentí por primera vez en la realidad, aunque sabía que era una actuación, llegaba un momento en que me perdía y sentía que lo que hacía, lo sufría. Eso lo hacen los verdaderos actores, quedan tan pocos, que me siento alegre de estar viva para ver a una actriz de verdad.
La obra me demostró lo que es la cotidianidad, que no cambia en el tiempo. Una mujer que hizo todo para estar con su “amor”, el único en toda su vida, su “marido Humberto”. Intentándolo todo, hasta la locura con tal de mantener a la familia unida, no le importaba si el esposo la engañaba, ella lo amaba. Llegando a decir que sus hijos fueron lo único que encontró para retenerlo. Luego de 23 años de casada, se encontraba sola por primera vez, sus hijos crecieron, su marido se fugó con su amante. Qué tristeza que todo termine así, pero la obra nos muestra la realidad. La de las “mujeres” que hacen todo por su familia, crían a los hijos, destinan su vida a amarlos, los educan para que sean gente de bien, perdiéndose de hacer otras cosas que quisieran por apostar a su familia y al final las dejan tiradas. Las esposas también le cocinan al marido, le planchan la ropa, lo miman y hacen que no les falte nada y las terminan engañando tildándolas de “aburridas”, de falta de vitalidad. Cuando en realidad dieron toda la vitalidad a la familia.
El final me conmovió. Amorina sentada sola, recordando todo lo que había hecho por su familia, sintiéndose orgullosa de los logros de cada uno y ella, la que hizo todo por todos, en la más pura soledad.
Estas actuaciones me enseñaron tanto, por sobre todo el papel de la “mujer”. No me entra en la cabeza que se pueda dejar en soledad a alguien que da la vida por nosotros ¡Qué cruel es la humanidad!
Me gustó que la obra terminara en tiempo y forma como estaba pautada a las 23 de la noche en punto, demostrando respeto por el público. Los espectadores evidenciando su sentir mediante un aplauso interminable y los actores alegres, disfrutando el agradecimiento de la gente. Al finalizar la función Rubén Pérez, director general agradece al público presente y cuenta que por suerte el año entrante la obra volverá a estar en cartel, a su vez nos pide que apoyemos el teatro independiente.
Si se hacen obras de esa magnitud, por supuesto que se las va a apoyar. Los actores inigualables, enseñándonos lo que es verdaderamente la actuación, que no hace falta salir en televisión y estar en programas de espectáculos peleándose para hacer realmente una obra de categoría. Este equipo actoral se merece el mote de “actores”, porque saben hacerlo, porque nos expresan su actuación como verdadera, porque nos permiten reír y a la vez llorar. Esos aplausos son la recompensa que merecen por hacernos disfrutar por dos horas. Gracias por actuar de esta manera.