Ya pasaron las fiestas y si hay algo que no estuvo ausente fueron los cohetes, fuegos artificiales y los tiros. Ruidos, luces y corchos se hicieron presente y con mucha fuerza, de nada sirvieron las campañas que abogaban por pensar en el daño que provocan estas cosas en los animales o en los niños con trastornos mentales. No se puede tener la ventana abierta, por miedo a que un cohete ingrese y nos saque el ojo, no se puede celebrar libremente sin que aparezca ese temor de salir lastimado por aquellos que no piensan, ni les interesan los demás.
¿Llegará ese momento en que se piense en el otro? ¿Alguna vez se logrará la diversión sin recurrir a peligros innecesarios? Todos tenemos derecho a pasarla bien, pero no a costa de dañar a otros; tenemos esa herencia de que la festividad se logra tomando hasta no tener conocimiento, comiendo hasta explotar y tirar cohetes en donde casi siempre surgen accidentes que podrían evitarse y sobre todo en los niños.
Todo tiene un límite, mientras algunos ponen su vida al límite, los animales se revientan contra una pared, se ponen nerviosos y adquieren momentos de tensión que serían innecesarios, lo mismo los niños que presentan capacidades diferentes, no tienen por qué aguantarse la locura que alguien que no estaba en su sano juicio creó. Sería tan lindo prender la televisión en cualquier 1 de enero y no encontrar heridos, pérdidas de ojos, quemaduras, ni nada de eso. Pero lamentablemente eso no es posible, yo creo que en algunos años los cohetes ya no van a existir y que las fiestas van a ser seguras para todos; por ahora es un sueño, pero en algún momento será realidad.