AMORINA: «Del Amor a la Soledad»

Por Nadia Sotelo

El viernes 12 de Mayo a las 8 de la noche fui al teatro. La obra elegida era Amorina, nunca había tenido la posibilidad de volver a ver una obra y me agradaba la idea. Ir a un estreno, siempre supone una tensión ¿cómo actuarán los actores? ¿Se equivocarán en algún diálogo? Pero estaba segura que iba a ser brillante, como evidentemente lo fue.

Por empezar, es increíble el ambiente que se genera en el teatro: luces bajas, apagones, personas que por un momento se desconectan de los celulares y se vuelcan en un mundo imaginario, pero a la vez real; ya que la obra está tan bien interpretada que pareciera que todo es verdad, la denominación de creíble se cambiaría por lo verdadero. Mundo imaginario o verdadero, esta obra es muy real; ya que comenta una situación que a todos nos pasa en la vida, ese sentimiento tan único que es el “amor”. Pude observar gente de distintas edades con muchos deseos de ver un espectáculo. Uno supondría que los jóvenes son reacios a estas experiencias, porque los tiempos han cambiado. Pero allí están los preconceptos que se hacen de la sociedad, uno piensa por la mayoría, cuando es en las minorías los lugares en donde se encuentra lo extraordinario, lo particular.

Este reestreno me provoca alegría, porque es tan lindo divertirse y reírse aunque sea un instante, que es algo maravilloso. Y aunque ya la había visto, puedo decir que me impactó como la primera vez, me acordaba de las escenas, pero mi atención era atenta y me compenetraba tanto que para mí era una sorpresa, en donde la emoción estaba a flor de piel. La otra vez había venido acompañada, esta no. Capaz es por esta razón que no me tenía que esconder, que podía expresar lo que mi cuerpo sentía.

La actuación de Mary Bustos, me atrapa de una manera que no puedo explicar. Paso de la risa al llanto. Todos los actores aportan una impronta muy fuerte en cada escena, se nota que lo hacen porque lo aman, que lo viven. Si bien la obra data de los 60, su mensaje es tan claro que puede representarse hoy y siempre. El amor, esa palabra tan conocida y a la vez tan poco vivida. Una mujer que se aguanta todo, que intenta hasta volverse loca, con tal de no perder al amor de su vida, a su marido. No le importa que le sean infiel, lo que no quiere perder es esa contención, ese deseo de tener a alguien, Amorina dio todo a su familia y esta le responde con la ignorancia. Es como si se deshicieran de ella, ya la usaron y se van. Qué injusta es la vida, tener amor por alguien que no lo tiene. Querer enloquecer para no quedarse sola. Terminé muy emocionada y hubo algo que me impactó, en el saludo final es hermoso que los actores nos aplaudan, así como nosotros lo hicimos con ellos. Jamás me imaginé que un actor, aplaudiera a sus espectadores. En ese lazo, comprendí que no solo trabajaban por el amor al arte, sino por el amor al otro, a esa persona que con los tiempos difíciles que se vive pagó una entrada, que la disfrutó y que la recomendaría. Porque eso es Amorina, una obra que nos hace abrir el corazón, que nos alerta sobre los errores que hacemos y nos da una opción para que el amor viva por siempre, para que nunca llegue ese momento de abandono y locura en donde nos quedamos solos. Al salir de allí, nos damos cuenta de lo que somos y lo que estamos haciendo mal.

Una obra que podría ver miles de veces y me seguiría emocionando, porque con actores soñados que aman su trabajo, escenas grandiosas y ambiente de disfrute, el teatro es una alegría. Las dos horas se me pasaron volando, no quería que terminara. Ojalá se apueste al teatro independiente cada vez más, porque un nombre en la televisión no marca a un gran actor, sino su capacidad de transmisión y de hacer que lo ficticio se vuelva real.

 

 

 

 

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“AMORINA”: CRÓNICA DE UNA OBRA TEATRAL.

Por Nadia Sotelo

El día 17 de Diciembre de 2016 salgo de mi casa a las ocho de la noche, me tomo el subte de la línea H y la combino con la A en compañía de mi hermana. Camino y llego a la sala La Clac con el objetivo de presenciar la última función de “Amorina”. Al principio dudo de la dirección del teatro, pero inmediatamente me doy cuenta donde queda y me dispongo a ingresar; me presento en boletería, digo mi nombre y me asignan dos entradas para que también pueda verla mi acompañante. A medida que avanzo en la caminata observo mesas y gente sentada en las sillas, ya que el teatro cuenta con un restaurant/ bar en el cual los espectadores de la función pueden tomar algo antes de que comience la misma.

Me siento en una de las sillas, el mozo me pregunta si quiero algo para tomar y amablemente le digo que no. Pero sentarme no me dura mucho, debido a que empiezo a observar fotos y recuerdos pegados en la pared que me animan a parar. De repente veo discos de vinilo pegados con las imágenes de José “Pepitito” Marrone y de la serie de “Anteojito” creada por el gran dibujante Manuel García Ferré. Agarro mi celular y saco muchas fotos, luego me siento nuevamente. Pregunto a uno de los organizadores si nos avisan cuando empieza la función y me afirma que sí, a las 9 y 10 vuelvo a preguntar y me dice “ya casi empieza”, muchas personas al verme preguntar comienzan a hacer lo mismo y me siento otra vez a la espera de la función.

A las 9 y 15 dan sala para bajar, ya que la función se realiza en el subsuelo y el organizador me dice: “viste, ya empieza”, ambos nos reímos, espero no haber quedado como una molesta. Bajo las escaleras y me ubico en la fila dos, quería estar lo más cerca posible y por suerte se me dio. La función empieza con el gran tango “llamarada pasional” cantado por la genial Laura “Tita” Merello, que se oye como introducción al comienzo de la obra, a oscuras. Esta canción nos ambienta y nos retrotrae a otras épocas, aquellas de los años 60 en donde el teatro tenía una tradición cultural de apostar a él. Además la obra fue escrita en el 58 y nos introduce en la magia de esos años, hoy día en el año 2016. Ya casi no hay costumbre teatral y de a poco se van perdiendo las genialidades teatrales de antes.

A medida que transcurre la obra se pueden percibir muchas sensaciones, que nos llevan de la risa al llanto. Es difícil despegarse de la obra debido a la calidad de los actores y a la trama que cada vez se hace más interesante, como únicas distracciones encuentro un celular que suena incesantemente en la primera fila, que pertenece a un espectador y gente apantallándose por calor. A la vez que me hace acordar a aquellas obras teatrales de los libros, con sus silencios. En este caso hubo tres “apagones”, tiempo para pasar a la siguiente escena. Al finalizar la primera parte todos los espectadores “ríen”, porque es tal la maravilla de situaciones que ocurren y actores tan buenos, que es imposible no tentarse. En el transcurso de la segunda escena “todos lloran”, yo casi, pero me tuve que contener. Porque ver a Mary Bustos, una actriz de verdadero nivel, que no necesita de gotitas mágicas para llorar, que siente su actuación, que la vive, que en definitiva se merece el título de actriz, es imposible no dejarse atrapar por su actuación.

Con la Señora Bustos me sentí por primera vez en la realidad, aunque sabía que era una actuación, llegaba un momento en que me perdía y sentía que lo que hacía, lo sufría. Eso lo hacen los verdaderos actores, quedan tan pocos, que me siento alegre de estar viva para ver a una actriz de verdad.

La obra me demostró lo que es la cotidianidad, que no cambia en el tiempo. Una mujer que hizo todo para estar con su “amor”, el único en toda su vida, su “marido Humberto”. Intentándolo todo, hasta la locura con tal de mantener a la familia unida, no le importaba si el esposo la engañaba, ella lo amaba. Llegando a decir que sus hijos fueron lo único que encontró para retenerlo. Luego de 23 años de casada, se encontraba sola por primera vez, sus hijos crecieron, su marido se fugó con su amante. Qué tristeza que todo termine así, pero la obra nos muestra la realidad. La de las “mujeres” que hacen todo por su familia, crían a los hijos, destinan su vida a amarlos, los educan para que sean gente de bien, perdiéndose de hacer otras cosas que quisieran por apostar a su familia y al final las dejan tiradas. Las esposas también le cocinan al marido, le planchan la ropa, lo miman y hacen que no les falte nada y las terminan engañando tildándolas de “aburridas”, de falta de vitalidad. Cuando en realidad dieron toda la vitalidad a la familia.

El final me conmovió. Amorina sentada sola, recordando todo lo que había hecho por su familia, sintiéndose orgullosa de los logros de cada uno y ella, la que hizo todo por todos, en la más pura soledad.

Estas actuaciones me enseñaron tanto, por sobre todo el papel de la “mujer”. No me entra en la cabeza que se pueda dejar en soledad a alguien que da la vida por nosotros ¡Qué cruel es la humanidad!

Me gustó que la obra terminara en tiempo y forma como estaba pautada a las 23 de la noche en punto, demostrando respeto por el público. Los espectadores evidenciando su sentir mediante un aplauso interminable y los actores alegres, disfrutando el agradecimiento de la gente. Al finalizar la función Rubén Pérez, director general agradece al público presente y cuenta que por suerte el año entrante la obra volverá a estar en cartel, a su vez nos pide que apoyemos el teatro independiente.

Si se hacen obras de esa magnitud, por supuesto que se las va a apoyar. Los actores inigualables, enseñándonos lo que es verdaderamente la actuación, que no hace falta salir en televisión y estar en programas de espectáculos peleándose para hacer realmente una obra de categoría. Este equipo actoral se merece el mote de “actores”, porque saben hacerlo, porque nos expresan su actuación como verdadera, porque nos permiten reír y a la vez llorar. Esos aplausos son la recompensa que merecen por hacernos disfrutar por dos horas. Gracias por actuar de esta manera.

“TÉ ROJO”: EN DONDE LOS ESPECTADORES SON PARTÍCIPES.

Por Nadia Sotelo

El viernes 31 de Marzo tuve una cita con el teatro, en este caso la obra que tuve la posibilidad de ir a ver se llamaba «Té Rojo» (o los hijos apócrifos de Florence Foster Jenkins), una excelencia de obra si las hay, que se presenta todos los viernes a las 20 hs en Sala La Clac (Av. Mayo 1158).

Ingreso al teatro y aguardo en una silla a la espera de que comience la función, el teatro enamora desde su parte de restaurante donde los espectadores pueden tomar o comer algo para luego disfrutar de la función y también enamora en sus paredes, las cuáles están repletas de arte con fotos, dibujos y cuadros de artistas, tales como Marilyn Monroe o Carmen Flores.

De repente, a eso de las 20 y 15 en el restaurante comienzo a oír una voz femenina que canta lírico de forma espectacular, giro hacia mi derecha y me levanto de la silla en la que estaba sentada y me acerco hacia la cantante como lo habían hecho todos los espectadores que esperaban el comienzo de la obra y ahí me doy cuenta que la función había empezado. Alrededor de la cantante dos personas: un señor vestido de forma oscura y tenebrosa y una joven que nos ofrecía un plano de su casa y té rojo. Una vez que todos los espectadores agarramos el folleto en el que figuraban todas las instalaciones de una casa comenzamos a bajar por unas escaleras, las cuáles nos conducían a la sala teatral.

En ese momento todos los espectadores nos sentíamos actores; ya que nos daban té, nos preguntaban con qué medio de transporte habíamos llegado y nos sentábamos en sillas, al lado de los que sí actuaban. Lo que tiene de fascinante esta obra es que cambia la estructura clásica del teatro en dónde los espectadores, no son meros oyentes y visualizadores que ven hacia un centro como es lo habitual; sino que aquí estábamos como en una ronda viendo todo. El desarrollo de la obra se llevó a cabo en el medio de la ronda y a los costados de las sillas, como fue mi caso que estaba sentada sola y al costado tenía todo el set del té y la tetera. En algunos momentos, debido a la forma con la que nos ofrecían el té, me hacía acordar al sombrero loco de Alicia en el país de las maravillas, obra de Lewis Carroll. Esta forma de teatro es la mejor de todas; ya que se puede ver hasta el más mínimo detalle de todo lo que hacen los actores: desde cuando se tiran en el suelo, hasta cuando gritan y te miran, haciéndote partícipe de la obra.

Té Rojo muestra a dos hermanas: Theodora y Dorothea que presentan un sentimiento de odio la una hacia la otra por una única razón: la madre quién fuera cantante lírica que se encuentra ya finada. La obra transcurre con música lírica cantada, en los momentos que los actores realizan su libreto y cortan con un silencio, una mujer vestida de negro como un fantasma empieza a entonar música lírica. Hay momentos de mucho humor, como los que se menciona la actualidad en Argentina con palabras como “Cambiemos” o “Todos y Todas”, haciendo alusión a la política actual, pero la obra se invade de tensión en el momento en que hay un monólogo de cada una de las hermanas y se evidencian los celos que tenían por el amor de su madre. Según se la pinta en la obra Florence Foster Jenkins era una persona muy justa, que quería la perfección de sus hijas, pero no tenía un sentimiento de amor por ninguna de las dos. Será en el final de la obra, cuando nos enteraremos de un secreto que permanece oculto entre estas dos hermanas, demostrando que en el fondo la hermandad es cómplice, necesitan la una de la otra, que no hay mayor sentimiento que la hermandad. Una obra con todo, que con tan solo una hora de duración te hace pasar por todas las emociones posibles; ya que al ser espectadores partícipes logramos convertir la actuación en realidad.